Aún cuando, a simple vista, True Grit no parece ser una clásica película de los Cohen, su inconfundible presencia se respira por todos los rincones del film. Y si bien sería difícil valorarla como una de las mejores de su obra, son justamente estos detalles característicos de los hermanos los que la elevan por encima de la media. No hay que olvidar que este film, remake del original de 1969 basado en el libro homónimo de Charles Portis, es puro cine de género y, dentro de este marco, acata todas las reglas argumentales y narrativas que un Western clásico debe tener, incluyendo una trama más bien lineal, conducida exclusivamente por los personajes y sus travesías, en general más concretas que metafóricas. En este sentido, la película triunfa indiscutiblemente.
Uno de los detalles más notorios en todas las cintas de los Cohen, es la gran importancia que otorgan al lenguaje, y lo versátiles que son sus diálogos y voces narradoras. True Grit no es la excepción, y eso será palpable ya desde el primer plano, cuando la voz de la dulce Mattie Ross nos introduzca a un estilizado inglés del siglo XVIII que, por otra parte, sonará absolutamente auténtico. Pero el trabajo sobre el lenguaje no tendría el efecto que tiene, sino fuese por, quizás, la mejor de las virtudes de los hermanos Cohen: su magnífica capacidad de crear personajes verosímiles, multidimensionales y complejos.
En este caso, Jeff Bridges tiene la responsabilidad de ponerse en la piel de Rooster Cogburn, alguna vez interpretado por el legendario John Wayne, lo cual consigue entregando, con su particular impronta, una muy personal y disfrutable actuación. Luego, la fantástica y hasta entonces desconocida Hailee Steinfeld, personifica a la protagonista Mattie Ross con un desempeño formidable, demostrando gran soltura y solvencia, sobre todo a la hora de hacerse cargo de los muchos minutos que tiene sola en pantalla, así como de las extensas líneas de diálogo que debe entregar. Ella es, definitivamente, la gran revelación de la cinta con su carácter fuerte y obstinado, y su notable presencia en escena, capaz de ponerse, sin titubeos, a la par de dos actores de renombre como Jeff Bridges y Matt Damon. La terna principal se completa, entonces, con éste último haciendo del texano LaBoeuf quien, a mi entender, es el único con un nivel un poco más irregular que el resto, principalmente desde el lenguaje no verbal, una de las facetas que suele ser la más trabajada por los directores.
Los personajes secundarios, aun cuando tienen pocos minutos en pantalla, son vibrantes y enérgicos, tan profundos y complejos como los protagonistas. Por citar a los dos más importantes: Tom Chaney (Josh Brolin) y Lucky Ned Pepper (Barry Pepper), que aparecen en pantalla no más de media hora y sin embargo se sienten tan reales como si hubiesen tenido el mismo tiempo de construcción que, por ejemplo, Cogburn.
Como ya es común en toda obra de los directores, la película es visualmente hermosa. El histórico Roger Deakins es, una vez más, quien se hace cargo de la cinematografía de True Grit, y eso se nota. De principio a fin el metraje está signado por la sutilidad en composición y transiciones, una iluminación precisa pero sobre todo informativa, acompañando el tono de las escenas con la atmosfera necesaria. También sobresale en el film la composición ya clásica de los Cohen, con sus planos y contra planos característicos, sus planos generales después de los medios (especialmente en interiores) y los maravillosos planos generales del desierto que todo gran Western debe, necesariamente, contener.
Sea el género que sea el que los hermanos trabajen, la comedia siempre estará presente. En este caso atraviesa las secuencias más dramáticas de la película, confiriéndole un toque climático personal, y hasta el conflicto general será resuelto de la manera, si se quiere, menos tradicional.
Todos estos son factores más que suficientes para justificar el visionado de una película que, en un término general responde más bien a un mero entretenimiento enmarcado en la forma del cine de género con la marca única de los Cohen, pero que también, en un sentido más simbólico, se puede leer como una interpretación acerca de la justicia y, como se cita en el propio metraje, de esa eterna discusión alrededor del peso de la justicia cuando un acto es reprobable en sí mismo, respecto a cuándo es reprobable solo acorde a nuestras leyes y moral.
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Gracias!
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