RAW [2016]

Es cierto que, cada cierto tiempo, aparece en el mundillo del cine un título con los rumores de RAW: gente impresionable que se desmaya en las salas, críticos que se levantan y se van antes del final de la película (aunque esto es bastante común), cines que deciden entregar a los espectadores bolsas de papel madera cual avión que espera turbulencia. La verdad es que, la cinta de la realizadora francesa Julia Ducournau, persigue mucho más que el pálido efectismo que se le intenta –injustamente– adjudicar.

Escatológica e incómoda, la película relata la historia de Justine, hermana menor en una familia vegetariana y de clase media francesa. El guion está tan bien escrito, que no tardaremos en entender lo necesario: Justine está a punto de entrar en el primer día de clases de la carrera de veterinaria, carrera a la que su hermana mayor asiste y de la que, a su vez, su madre ha egresado. El mundillo de la universidad, incompresible y misterioso en sí mismo, irá develando, con sus prácticas surreales e iniciáticas, un reconocimiento de la protagonista respecto al mundo que la rodea, a la vez que significará el encuentro con su identidad. El relato acompañará a Justine en el arduo camino de la revelación y la aceptación de sus perversiones y deseos más secretos. En este sentido, no hay novedad en el tema (el adolescente en combate con su propio ser y la sociedad que lo abraza/rechaza según la circunstancia) pero sí en la forma que toma la alegoría: Justine pronto descubre que su apetito por la carne no se ciñe simplemente a la rebeldía de abandonar el vegetarianismo adoptado en el seno familiar, sino que se extiende a lo caníbal; a la carne humana.

En Raw todo es progresivo, nada se descubre de un momento a otro, sino que plantea un cuidado sistema de situaciones que el espectador irá aceptando y que, de la misma manera, lo predispondrán a aceptar las premisas que la historia necesita que se aprueben para no alejarse del marco de lo verosímil. Esta es una de las cosas que mejor hace la cinta: empujar al espectador a creer que eso que está mirando, tiene perfecta lógica y es sensato. En ningún momento pretende salir del campo del drama para saltar a géneros en donde lo sobrenatural sería más fácilmente aceptado, por el contrario, ensambla las piezas del rompecabezas de forma tal que la veracidad de lo que está sucediendo sea relevante.

En otros ámbitos, más allá del guion, la película es satisfactoria también. Con una fotografía cuidada y dedicada, entrega una buena composición de planos que, por momentos, hasta sostiene la tensión dramática de lo que hay en escena, y se anima también a jugar con los colores, algo que está muy en boga en el cine contemporáneo: mucha luz de neón combinando rojo azul y verde, según el estado emocional que atraviesen los personajes.

A su vez, las actuaciones hacen lo propio y están a la altura de la idea general que la película intenta establecer, sobre todo habría que notar a su protagonista, la joven Garance Marillier que, si bien su personaje se la pasa desorientado gran parte del film, cuando las cosas cambian, saca a relucir toda su capacidad actoral y se transforma junto con su personaje.

En pocas líneas, Raw es una película totalmente consiente de si misma, bien escrita, bien ejecutada y sin miedo a poner la cámara en lugares en donde otras preferirían no hacerlo, que transforma el drama de una adolescente, con algunas pinceladas de “horror”, en una poderosa alegoría a la definición de la identidad y las dificultades de su aceptación, contra un sistema social siempre preparado para alienarla.

 

Contratiempo [2016]

Contratiempo, la última película que dirigió el español Oriol Paulo, es muy parecida a una Mamushka, la famosa muñeca rusa. Capa sobre capa, construye un thriller entretenido y de buen ritmo, repleta de giros de guion e inteligentes engaños. La pregunta es: ¿Alcanza todo esto para hacer una buena película?

Ni bien comienza, la cinta denota el aura de misterio que la caracterizará: una mujer (Ana Wagener) está subiendo por el ascensor de un edificio muy costoso, para encontrarse con un hombre que habita en el último piso. Este hombre (Mario Casas) es Adrián Doria, un prestigioso y adinerado empresario, a quien se lo acusa de cometer un crimen. La mujer (Virginia Goodman), es una reconocida abogada que llega allí para ayudar a Adrián a encontrar una versión de su testimonio capaz de convencer al jurado. De otra forma, Doria irá, inevitablemente, a la cárcel.

Así planteadas las cosas, el guion del film desplegará el relato de Adrián y las conjeturas de la abogada, flashback sobre flashback, poniendo al espectador en un permanente estado de alerta y extrema atención, ante la certeza de que la historia que es puesta ante sus ojos, no siempre será de fiar.

Como es de esperarse en cintas como ésta, el guion es el elemento del film que se necesita más sólido. Y en este caso, en una buena medida, lo es: se nota el exhaustivo trabajo de dar sentido y orden a las piezas del rompecabezas, los giros de guion son (en general) verosímiles y aparecen (gran parte de ellos, al menos) en los momentos en los que la historia los necesita. El punto negativo, sin embargo, es que, en el tramo final, cuando se acerque el clímax que resolverá el conflicto principal, el espectador estará tan acostumbrado a la cadencia del film, que el plot twist no será ninguna sorpresa y, no sólo eso, sino que, luego de algunas pistas inequívocas y discutiblemente explícitas, el público atento logrará predecir, sino el final a todo detalle, una buena parte de él. Es decir, en el fondo, Contratiempo parece no poder escapar a algunos de los vicios propios de su género, pero es el riesgo que asume desde el minuto uno y, del cual sale bastante bien parada.

En la interpretación del metraje y la forma en la cual los actores se despliegan por el escenario cinematográfico, aparece el segundo punto negativo. El problema es el de siempre: cuando el público percibe al actor y no al personaje, la ficción se vuelve inverosímil y el implícito pacto espectador-autor, se rompe. Esto pasa en Contratiempo, en ciertos momentos por responsabilidad de los propios actores, cuya dicción o forma de entregar algunos diálogos suena aparatosa y artificial, pero en muchos otros casos, sucede por culpa de las líneas que se ven obligados a decir, las cuales no representan la forma en la que las personas hablan en la vida real.

No obstante, visualmente, el film se muestra maduro, y los cortes entre escena y escena, acompañan el ritmo que el guion demanda. Si bien hay ciertos recursos técnicos que se usan más veces de las necesarias (slow motion, cámaras subjetivas, estética de publicidad), la película es disfrutable en su cinematografía y con una elección cromática acorde a la atmosfera homogénea que el relato persigue.

A modo de conclusión, es necesario notar que Contratiempo es una película víctima de sus excesos, tanto en la estructura narrativa de la historia, como en la búsqueda del énfasis y las líneas memorables, o los recursos visuales puestos en práctica para contar partes sensibles del relato. Esto no impide que el film sea entretenido y llevadero, aun cuando, una vez terminado, es probable que poco quede de él, en nuestra memoria.

Tallulah [2016]

Decir que Sian Heder, escritora y directora de Tallulah, fue primero escritora de las tres primeras temporadas de Orange is The New Black, dará una idea aproximada de lo que podemos esperar de este film independiente disponible en Netflix desde Julio del año pasado.

Con un buen ritmo y tono, la película presenta la historia de cuatro mujeres cuyas vidas se cruzan por la razón menos convencional. La protagonista Tallulah, interpretada por Ellen Page, es una joven que pretende estar al costado del sistema, viviendo en la misma van con la que recorre el país, y consiguiendo el dinero con el que apenas puede sobrevivir, principalmente de hurtos o pequeñas estafas. Tallulah comparte la aventura con su novio Nico (Evan Jonigkeit), que está un poco cansado de la vida que llevan y quiere volver a ver a su madre, Margo (Allison Janney), a quién no ve hace dos años. Margo es, por su parte, una mujer solitaria a quien tanto su marido como su hijo han abandonado. El grupo de mujeres se verá completo con Carolyn (Tammy Blanchard)—madre reciente que, sin embargo, solo está preocupada por la posibilidad de que su marido la abandone—y su pequeña hija Madison de apenas un año.

El relato explorará en profundidad la historia de cada una de las mujeres y expondrá, breve pero efectivamente, quiénes son y qué cosas las llevaron a ser esas que son.  En última instancia, el interés de la película, podría decirse, reside en la incansable búsqueda de propósito de tres mujeres atravesadas por diferentes tipos de soledad, vacío y frustración. La palabra familia también resonará mucho en una cinta que indaga con sutileza la profundidad de las constituciones familiares y como estas moldean el carácter individual de las personas no sólo en las etapas iniciales de la vida, sino también en la edad adulta cuando la persecución de ese ideal que representa el formar una familia se complejiza. Las tres protagonistas recorren procesos disímiles que terminan por desembocar en inevitables puntos de contacto que funcionan como espejos en donde se ven reflejadas de una forma u otra.

El problema de mucho cine contemporáneo —independiente o no—, suele aparecer a la hora de construir personajes verosímiles, algo que resulta totalmente esencial: si no puedo creer que aquel personaje existe en su propio universo ficticio, no puedo identificar sus emociones y, por consiguiente, pierdo el interés en su historia. Esto es especialmente importante en dramas como Tallulah que persiguen las virtudes de las historias mínimas, con el objetivo de explotar el poder simbólico que la propia realidad tiene cuando la apreciamos desde afuera. Es decir, si logramos identificar lo que estamos mirando como una extensión del propio mundo que vivimos, entonces quizás podamos extrapolar lo que sucede en la pantalla para traducirlo en nuestras propias preguntas existenciales. Esto es algo que la película consigue con gran acierto y, lo que es aún más notable, sin ningún esfuerzo: en donde otros dramas acosan los sentidos del espectador para forzarlo a creer que lo que está mirando es transferible a la realidad, Tallulah propone, sin ninguna pretensión, y se enfoca en los detalles.

La película, como ya es posible deducir, presenta, un certero retrato de cuatro mujeres contemporáneas en diferentes fases de su vida, evitando los forzados estereotipos mil veces vistos, y ofreciendo en cambio frescos y sinceros puntos de vista para ellas.

Habiendo dicho esto, es crucial también agregar que el film tiene sus limitaciones (de las cuales se muestra plenamente consciente), y no puede evitar caer en ciertos lugares comunes, así como en determinadas respuestas que resultan menos convincentes que otras. De todas maneras, en general, es bastante correcto en cuanto a la línea narrativa y su correspondencia con la realidad. Ese es, de nuevo, su mayor fortaleza.  Hay una buena resolución del conflicto principal, hay un buen manejo de la tensión previa al desenlace y hay un acierto en cuanto a qué cosas elige mostrar y qué cosas no, en los últimos minutos de la película, lo cual reviste su mensaje inherente, de delicadeza y sutilidad, a la vez que lo hace funcionar.

En resumen, una buena opción para elegir en Netflix, independiente, bien escrita, discretamente filmada, austera y efectiva. Si bien no necesaria, definitivamente, recomendable para ver.

Lion [2016]

Si quisiéramos definirla en pocas palabras, podríamos decir que Lion es dos películas en una. Y en general, al caracterizar una cinta de esta forma, suele implicarse de manera natural, una suerte de quiebre entre las historias que, en el mejor de los casos, será justificado sobre el final o en el mensaje subyacente de la narración. En Lion la separación es tan concreta y material como su punto de contacto, que es el del propio protagonista de la historia y, sin embargo, por momentos las dos películas parecen no poder unirse en tono y potencial empático.

Basada en el libro autobiográfico A Long Way Home del verdadero protagonista, Saroo Brierley, la película contará dos historias en una.

Por un lado, tenemos el relato del pequeño Saroo, un niño seis años en una pequeña ciudad de India. Cuando conocemos a Saroo lo hacemos a través de su historia en las calles de India, buscándose la vida junto a su hermano Guddu. Ambos dos, de clase visiblemente baja, hacen lo posible para sobrevivir en una realidad en donde su humilde madre, apenas si puede proveerles el techo que necesitan. No mucho después, Guddu y Saroo emprenderán una salida nocturna a Calcuta con la idea de ganar algunas pocas rupias de más. El pequeño protagonista, cayendo del sueño, decide recostarse en uno de los bancos de la estación de tren, ni bien llegados al lugar, y Guddu promete que volverá a buscarlo. Pero eso nunca pasa, y cuando Saroo abre nuevamente sus ojos, se encuentra sólo en la estación y descubre que su hermano no ha regresado de su excursión. Desconcertado saldrá a buscarlo, con la mala suerte de caer en el vagón vacío de un tren que inmediatamente cierra sus puertas, comienza a andar y lo llevará a recorrer 1600 km hasta otra localidad de India, lugar desconocido para el niño, en donde, incluso, hablan otro idioma. Desde entonces, Saroo se dará por perdido, y su travesía como un niño de la calle, con las terribles injusticias que deberá sufrir y atestiguar, llenará la pantalla.

Por otro lado, y después de eso, la historia del adulto Saroo será puesta en escena. Dev Patel encarnará al protagonista en una versión mucho más occidental de la vida del niño, antes adoptado por una familia australiana (Nicole Kidman y David Wenham), y a estas alturas, completamente adaptado a esa vida, y mudado a Melbourne, listo para estudiar una carrera universitaria. Es entonces cuando lo borroso de sus orígenes y su identidad hace tambalear su presente, y Saroo decide emprender el arduo camino de rastrear sus raíces y encontrar a su madre y su hermano, 25 años después.

En este sentido, las bases sobre las cuales la película se funda es el impacto emocional de la historia. No hay sorpresas en un guion que es lineal porque, en principio, no son necesarias. El espectador encuentra suspenso en el relato, más por la necesidad de satisfacer su curiosidad respecto al desenlace de la travesía, que por recursos narrativos. Entonces, una vez puestas las cartas sobre la mesa y con una historia que de alguna manera sospechamos a donde nos va a llevar, será de suma importancia que los actores puedan entregar interpretaciones verosímiles, potentes, y vibrantes; especialmente porque ese es el requisito principal del metraje. Respecto a esto, Dev Patel da la impresión de no estar a la altura, y para decirlo me sirvo como ejemplo de la gigantesca Nicole Kidman —madre adoptiva de Saroo—, quien logar llenar cada cuadro en donde aparece, con la inmensa variedad de dimensiones que su personaje representa. Cada vez que Patel comparte escena con ella, —sobre todo las importantes a nivel narrativo en donde cierta información es revelada—, su interpretación parece ser más sólida que cuando está sólo o con Rooney Mara (Lucy, su novia). Éste factor será determinante, sobre todo en la última media hora de película.

Fotográficamente el film es homogéneo y acompaña la narración. Hay muchos planos generales y muchos planos generales cenitales “hitckcockeanos”, que aislarán por momento al personaje y nos transmitirán su soledad. Esto pasa mucho en la historia del pequeño Saroo.

En conclusión, Lion es una buena película para ver en familia, basada en una historia real (lo cual recrudece la fuerza del mensaje), una mirada occidental sobre la realidad de India (con todo lo que eso implica, respecto a los estereotipos que se insertan), visualmente muy cuidada, y movilizadora en cuanto a la reflexión sobre el mundo en el que vivimos.

Moonlight

Quizás la película más comentada y esperada del año, la última de Barry Jenkins arrasó en todos los circuitos críticos cinéfilos del mundo. Hasta hora, ha cosechado 186 galardones en los más diversos festivales y sistemas de premiación de la industria del cine —principalmente independientes—, finalizando en estos primeros meses del 2017 con el Globo de Oro y el codiciado Oscar a mejor a película.

Luz de luna (como fue llamada en español) cuenta la historia de Chiron, un joven afroamericano que crece en un complicado barrio de Miami, dividida en tres capítulos: Little (Alex R. Hibbert), Chiron (Ashton Sanders) y Black (Trevante Rhodes), que se corresponden con niñez, adolescencia y adultez. En este recorrido de dos horas, seremos testigos de cómo Chiron construye su identidad, su sexualidad y su carácter, pero también de como los diferentes factores que lo rodean influyen sobre él: su madre, sus amigos, sus protectores.

En la secuencia de apertura de la película conoceremos a Juan (Mahershala Ali), un vendedor de droga local que encuentra a Little escapando de un grupo de niños. Son ellos dos y su particular relación casi de padre hijo, quienes entregarán algunas de las escenas más poderosas del film: por ejemplo aquella, de gran simbolismo que aparece en el tráiler, en donde Juan toma a Little en sus brazos e intenta hacer que el niño pierda el miedo al mar (no es difícil entender que aquel será un momento bisagra en la vid a de Little, quien aprenderá por primera vez a confiar en alguien) o aquella, unos segundos después, en donde Juan descubre a Little cual es la inevitable belleza de ser afroamericano, utilizando una anécdota que funciona, a la vez, como una revelación al espectador del porqué en el nombre de la película.

Moonlight es una cinta transparente en el sentido en que sus virtudes son tan claras como algunas de sus falencias. El mayor de sus estandartes es el de haber irrumpido de forma tan escandalosa en una industria comercial que generalmente se cierra en sí misma, siendo una cinta independiente con un presupuesto tan bajo. Haber ganado el galardón más importante que Hollywood entrega, en estas condiciones, significa sin dudas una advertencia sobre un potencial cambio de paradigma: no hace falta un gran presupuesto para seducir a los críticos ni alcanzar al gran público. Este mensaje ha resonado en los pasillos de las grandes productoras en el mismo momento en el que el film le quitó —con tanto estruendo— el Oscar a La La Land.

Técnica y estéticamente la película demuestra gran personalidad al manejar un concepto en cuanto a composición y a color de imagen. Hay una idea a transmitir a través de los cuadros. Se juega con esto, con la cámara subjetiva y con primeros planos en los muchos silencios que el metraje presenta. Pocas son explicitadas y el relato busca de manera permanente una comunión con el fuera de campo, con lo que no se dice pero se presiente. Esta intención de la elipsis y el fuera de campo tiene, sin embargo, momentos que claramente no llegan a madurar en el ojo del espectador, de los cuales es difícil hablar sin adelantar parte de la trama, pero bastará con decir que el público puede llegar a sentir algún que otro movimiento narrativo un tanto brusco o no tan fácil de asimilar en primera instancia.

Algo más a notar es el gran trabajo desde lo interpretativo y, claramente, desde la dirección de los actores. La elipsis temporal es siempre sutil y Chiron no parece ser representado por tres diferentes actores. Hay un tono en Chiron, una especie de pesada carga traducida en lo gesticular, que aparece sin fisuras en los tres actores.

Aun a pesar de sus grandes fortalezas, Moonlight posee, a lo largo del arco narrativo, algunas tramas recurrentes, ya transitadas por cintas del mismo tipo, (especialmente en el segundo acto), lo cual la hace tropezar en ciertos pasajes previsibles en donde la posibilidad de suspenso o sorpresa se anula. No cancela esto la tremenda fuerza que la película tiene y su increíble capacidad por tocar el nervio del espectador.

Hay que verla porque es una película vigorosa nacida en el costado más independiente de una industria millonaria, sobre como un niño indefenso y solitario en un complejo y hostil mundo, construye el largo camino del encuentro y la aceptación hacia sí mismo.

 

Silence

De tanto en tanto Martin Scorsese, uno de los pocos directores que logró mantener —a fuerza de buen cine— su nombre en la vidriera de Hollywood por más de treinta años  , entrega una película de estas características, que pueden entenderse como más personales y menos simbólicas en el sentido en el que el acceso a la fe y la pasión es explícitamente religioso. Lo hizo tanto en La última Tentación de Cristo, como en Hugo, su particular retrato sobre los últimos años de Georges Méliès en donde el cine es el objeto de su inquebrantable fe. Y si bien esta faceta religiosa aparece siempre de alguna manera en sus películas, a veces a través de sus personajes, a veces a través de la historia, es en películas como Silence en donde el pacto simbólico entre espectador y relato, de alguna manera se quiebra, haciendo necesaria una cierta postura, o un cierto implícito entendimiento para  con el tema de la cinta, de forma tal que habilite al receptor a decodificar aquel particular lenguaje propuesto para así lograr hablar el mismo idioma que la película y poder, de esta manera, sostener la verosimilitud de la narración y el ritmo de las secuencias. Este quiebre es el que, definitivamente, dejará a una parte del público afuera de lo que se cuenta.

Silence, basada en la novela homónima de Shusaku Endo, está situada en el siglo XVII, y nos relata el viaje de dos jesuitas portugueses (Rodrigues, interpretado por Andrew Garfield y Garupe por Adam Drive) hacia el antiguo y hermético Japón, de costumbres por entonces vírgenes y secretas, en búsqueda de su maestro, el padre Ferreira (Liam Neeson), de quien hace rato no se tienen noticias y, se rumorea, ha apostatado, abandonando la misión de su orden de propagar  el catolicismo, para adoptar la fe japonesa. En el camino, serán testigos de las atrocidades que los japoneses cometen en su lucha sin tregua porque la religión no se esparza por el país y contamine sus propias creencias, hábitos y costumbres.

En una cinta como esta, con un código de ingreso tan escrito como ya comenté, una de las primeras cosas en las que el relato debe descansar, no por obligación sino por necesidad, es en las interpretaciones, las cuales, lamentablemente, no están a la altura. Los dos protagonistas son buenos actores que, sin embargo, no tienen la presencia y la solvencia en pantalla que la película pide, sobre todo Andrew Garfield que entrega algunos diálogos de supuesta importancia dialéctica y de sustancia filosófica que, sin embargo, no se condicen con el poder de los recursos que despliega en escena. Su actuación parece haber estado en un registro distinto al del personaje y eso se nota en todo lo que el hombre dice y hace. Hay que recordar que, al fin y al cabo, él será quien ponga a prueba su fe en aquella travesía. Si a eso sumamos el gran número de actores secundarios japoneses con niveles dramáticos totalmente dispares (algunos sorprendentemente bajos), que atraviesa el metraje, la narración no fluye con facilidad y se convierte más bien en un relato espeso e insondable. (Sin comentarios ante la cantidad de japoneses capaces de hablar y entender inglés que los protagonistas cruzan).

Esta combinación trabajosa de factores es parcialmente iluminada por Liam Neeson, el único que parece traer un poco de sentido común al relato, tanto desde su personaje como desde la interpretación, lo cual revela también una falta criterio a la hora de cortar la cinta. Y es que el primero diálogo del padre Ferreira con Rodrigues, una escena bien construida y bien filmada, llega, a mi gusto, cuando ya es demasiado tarde.

Otro de los grandes síntomas de los cuales la película adolece es el de caer en el siempre evitable dogmatismo. Es que Silence no es susceptible a una variedad de lecturas, cosa que el director deja en claro en la escena final, cuando decide romper con el suspenso de un interesante juego que había construido entre el fuera de campo y la imaginación del espectador. Este tipo de decisiones, en un director con tanto manejo del lenguaje cinematográfico como Scorsese, no puede interpretarse como un detalle aleatorio librado al azar, sino que más bien debe entenderse como un claro posicionamiento ideológico.

Aún a pesar de tener un ambicioso e interesante despliegue visual, cosa a la cual el director nos tiene acostumbrados, Silence no escapa de los lugares comunes ni de los males recurrentes en las historias de este tipo. Aun a pesar de esto, merece ser vista porque, en el peor de los casos, abre un buen debate. Lo que no deberíamos hacer, es permitir que una película menor narrativamente, pase por obra de gran importancia.

Paterson

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Paterson es el regreso como director de Jim Jarmusch, tres años después de su personalísimo retrato sobre el desdén de dos vampiros centenarios en Only Lovers Left Alive, en este caso, con una historia enmarcada en una realidad bastante más mundana.

Paterson (Adam Drive) es un chofer de autobús que ha nacido y vivido toda su vida en Paterson, una pequeña ciudad que existe a pocas horas de New York. Su vida está regida por la rutina más inflexible y estructurada: todos los días despierta a la misma hora sin la necesidad de alarma, guarda su almuerzo en una pequeña valija que conserva para eso, y camina por las mismas calles para llegar a su trabajo, en donde sube al autobús que tendrá que manejar por exactamente la misma ruta de siempre. Antes de salir a manejar y a la hora del almuerzo, Paterson escribe poesía en un cuaderno que lleva siempre consigo, porque él es, también, un poeta. Luego vuelve a casa, en donde lo espera Laura (Golshifteh Farahani), su mujer, junto con su perro Marvin al cual sacará a su paseo nocturno todas las noches sin falta, momento en el cual tomará una cerveza en el bar antes de acostarse. Ésta es la vida de Paterson, en donde todos los días son, aparentemente, iguales.

Aquellos que estén familiarizados con el cine de Jarmusch corren con una cierta ventaja, ya que sus films suelen ser de una naturaleza contemplativa, lo cual puede significar un obstáculo o ahuyentar cierto público menos acostumbrado a este tipo de narrativa. El apartado rítmico de la película, es un reflejo de lo que se intenta: hay una pausa entre escena y escena, incluso entre día y día, como si fuese una conversación en slow motion entre relato y espectador. La historia es plana, lo cual no quiere decir chata, porque hay un pequeño conflicto que atraviesa la cinta pero no quizás en donde podríamos esperarlo.

Paterson funciona como dos cosas: en primer lugar como una intención de contrastar con el cine de respuestas, en donde todo es movimiento: de cámara, de guion, de secuencia y hasta de tensión dramática. Es también una forma de establecerse, levantar la mano y demostrar que otro cine —si bien independiente— puede ser posible en Norteamérica. Y en segundo lugar, funciona como la intención de establecer preguntas generales, desde la historia más particular de todas.  Es que, al ser una historia tan convencional y regular como la de cualquiera, Paterson invita a detenerse en los detalles.

Paterson (el conductor) será el único punto de vista de la película y, a través de él,  veremos el mundo. O al menos el mundo que él experimenta. En este sentido, la tensión que traspasa  todo el film, es la de su propia individualidad. Su propia expresión de ser en el esquema social.

Paterson está, a la vez maravillado y contrariado, de la cantidad de gemelos que aparecen ante sus ojos. Personas, en apariencia, idénticas pero en esencia diferentes. Hay un permanente juego con el tema en toda la película, también cuando descubrimos que el dueño del bar mantiene pegadas en la pared detrás de la barra las apariciones públicas de personas famosas o pseudo famosas de la ciudad. Es decir, personas que, de alguna manera, han logrado destacar  entre la corriente multitud del lugar.

Luego aparece la inevitable pregunta sobre el arte. ¿Tiene derecho a entenderse artista una persona como él?, parece decir Jarmusch. En ningún momento de la cinta Paterson se declara poeta, la palabra solo sale de los labios de su mujer, sin embargo él se mantiene escéptico. Él acepta y disfruta del estado de las cosas, no reniega del mundo ni tiene una posición apática o de disgusto. No tiene ambiciones de trascendencia ni parece querer tenerlas. Paterson simplemente disfruta de ir a su lugar preferido de la ciudad a la hora del almuerzo, para describir lo que resulta de su observación del mundo, en un anotador que nadie jamás ha visto. Es la expresión suprema de su libertad, en un mundo cerrado en la ortodoxa estructura de lo cotidiano.

Y por último hay, también, una particular historia de amor en donde no hay conflicto alguno. Paterson y Laura son dos personas capaces de comprenderse y aceptarse como son, con todo lo que eso implica y con sus personalidades tan disímiles. Aun cuando ella tiene una excéntrica visión de lo estético, totalmente yuxtapuesta a la de Paterson. Lo mismo sucede con Marvin, el perro, que funciona como una extensión de Laura, y que él acepta sin más.

Paterson es casi como una pintura en movimiento, en donde todo lo que pasa, no sucede en la superficie sino más bien en el fuera de campo, que bien pueden ser la raíces de la condición individual del protagonista. Y si estamos dispuestos, también podría ser la nuestra.

Moana

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No es ninguna novedad la capacidad que Disney ha desarrollado con los años, de contar historias efectivas y emocionales. En este sentido, Moana no es distinta, por el contrario, parece representar la máxima expresión de esa increíble capacidad y quizás se deba a que los dos directores son viejos conocidos: Ron Clements y John Musker, los mismos que dirigieron tres películas gigantes en la historia de la compañía: La Sirenita (1989), Aladino (1992) y Hércules (1997).  Ahora parece que se animaron a salir del dibujo para encarar su primer proyecto digitalmente animado.

Moana es, en términos estrictos, dos cosas: la joven protagonista de la historia y, en maorí —una de las lenguas del pacífico—, el sustantivo utilizado para nombrar al océano. Esta estrecha relación será entonces, el punto de partida.

El relato está situado en la antigua Polinesia, en el contexto mitológico de la cosmogonía del Pacifico, en donde Moana es la única hija del líder de una tribu de muchas generaciones de marineros que se ha dejado vencer por su miedo al mar y han decidido nunca más salir de la isla ni aventurarse mar adentro. La protagonista, sin embargo, desde el comienzo de la historia tiene una relación especial con el océano, establecida directamente en la primera secuencia del film, cuando su abuela relata la historia de Te Fiti, la isla a la que Maui (un legendario semidiós), le quitó el corazón, despertando a Te Ka, una monstruosidad de fuego y lava. Para completar la fábula, su abuela le dice que las cosas así serán hasta tanto la persona elegida sea capaz de hacer que Maui vuelva a la isla a devolver el corazón a donde pertenece.

Como ya se puede intuir, Moana será la destinada de semejante travesía y, junto con la ayuda del océano, que abrirá en todo momento el camino para ella, la joven emprenderá ese viaje.

Si tuviéramos que hablar de la narración plana de la película, no habrá mucho nuevo para decir, y es que, ese suele ser el punto más lánguido en las animaciones de Disney: prácticamente todas siguen al pie de la letra la fórmula establecida para llevarnos desde el punto inicial al final. Y no es que eso esté mal, sino que es previsible y después de haberse visto algunos films del estilo, cualquier tipo de sorpresa será erradicada de las posibilidades.

En un año de musicales como lo fue el pasado 2016, esta propuesta navideña de Disney no se podía quedar atrás, y agrega una considerable cantidad de canciones que buscan comprometer la voluntad emocional del espectador, a la vez que preparar el terreno para los eventuales saltos de guion. Como nota de color, algunas de las canciones están en Maori.

Uno de los aspectos de mayor valor en la película, es su posicionamiento ideológico en la discusión socio-cultural que se lleva a cabo en la actualidad en cuestiones de género. En este sentido, Moana logra algo que ni siquiera otras películas de Disney con fuertes personajes femeninas lograban: dar a la mujer autonomía y protagonismo total en el relato, fuera del campo de la mirada del hombre. Esto, que parece evidente y debiera haber sido tan lógico, no es menor ya que es infrecuente en el cine que llega desde la industria, en donde la mujer suele ser utilizada como un elemento más de la masculinidad cultural. En la película no hay ningún hombre del que Moana se enamore, pueda enamorarse o vaya a enamorarse: el factor masculino es eliminado por completo de las motivaciones que rigen las decisiones de la joven. Tampoco hay una idea de sexo débil o sexo fuerte, siquiera aun en el viaje con el semidiós. Moana no necesita de él para cumplir con su destino, en ningún momento se desliza que ella pueda depender de él para estar a salvo, protegida, o porque ella no pueda valerse por sí misma. Al contrario, la joven tiene muy en claro cuál es su objetivo, declara reiteradas veces que lo realizará de una forma u otra y, en medio, el semidiós atenderá su propio conflicto dramático.

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La película tiene una buena dosis de humor y, si bien no aparece muy seguido el chiste adulto camuflado en el subtexto de relato y el destinatario general es el público más joven, de cualquier manera, es disfrutable.

Moana, entonces, es una película discreta y disfrutable para ver en familia, que cuenta una historia que ya nos han contado muchas otras veces pero que, así y todo, encuentra su individualidad en los buenos detalles.

Don’t Breathe

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Me senté a mirar Don’t Breathe con mucha expectativa porque venía con muy buena crítica, porque me gusta el trabajo de Fede Alvarez y porque, además de su obra, lo he escuchado en varias oportunidades y considero que tiene una forma muy interesante de entender el cine. La cinta, sin embargo, terminó por no ser lo que esperaba.

La nueva película del uruguayo, es un intento loable pero infructuoso de contarnos una historia simple, dentro de un género que tiene algunas reglas bastante estrictas como el thriller.  Si bien el director / escritor intenta escapar del cliché en momentos clave, (como la escena inicial, por ejemplo), el desenlace de la trama responderá a patrones que conocemos de sobra.

La sinopsis nos cuenta la historia de tres jóvenes delincuentes que entran a robar a la casa de un ciego, con la intención de hacerse de una buena cantidad de dólares que, presuponen, tiene escondido. Como no podía ser de otra manera, encontrarán que la casa guarda un secreto tenebroso. La primera cosa que no genera ninguna sorpresa son los perfiles de los protagonistas: Money (Daniel Zovatto), el típico criminal irracional dispuesto a todo que no escucha lo que el resto propone y se maneja sin ningún tipo de cautela, regido no por otra cosa más que su propio instinto; luego Alex (Dylan Minnette), el moralista, poseedor de un aparato capaz de desactivar alarmas que ha robado a su padre. Él es quien intentará en todo momento primar por la cautela y evitar cualquier tipo de confrontación; y por último está la joven Rocky (Jane Levy), aparentemente pareja del primero y objeto de amor del segundo. Ella será la fuerza de conflicto entre ellos y entre las decisiones que, a la larga, se verá obligado a tomar Alex, aun cuando contradigan asu propia moral.

El background de los personajes que la introducción construye, no parece ser suficiente para preocupar al espectador por la suerte de los protagonistas. En cambio, los fuerza a entenderlos estereotipados, lo cual predispondrá a adivinar el destino que a cada uno le espera.

Luego tenemos a Stephen Lang como “el ciego” que es, sin embargo, muy particular porque, no parece tener tampoco grandes capacidades auditivas u olfativas, a diferencia de lo que podría suponerse. En varios pasajes de la cinta, los tres delincuentes pasan literalmente al lado del hombre, sin que éste tenga siquiera la más mínima sombra de sospecha. Sólo será capaz de advertir la presencia de los extraños cuando hagan algún ruido muy evidente o cuando el ciego tenga el arma en la mano, con la cual parece tener especial puntería.

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Además de esta incapacidad por sentir empatía con los protagonistas, la casa en la que irrumpen tampoco transmite la sensación de ser el lugar “maldito” que podría haber sido. Digamos que dista mucho de ser el laberinto impenetrable de, salvando toda distancia, Lost Highway, o incluso de la reciente 10 Cloverfield lane. Por el contrario, los espacios que los protagonistas recorren son acotados y es solo la tenue iluminación, la que intenta transferirnos el suspenso de que algo quizás se esconda detrás de la puerta.

Si bien la duración es acotada, (apenas hora y media), la cinta cae en una monotonía de la cual se le hace difícil salir, especialmente cuando los giros y pequeños conflictos de guion se resuelven de maneras sino azarosas, al menos torpes o un poco inconexas.

La fotografía, sin embargo, está muy bien lograda y cada uno de los sectores de la casa logra crear un ambiente totalmente diferente y sugerente, gracias a muy buena iluminación y un gran juego con el color.

Don’t Breathe es una película discreta, que los amantes del género probablemente encuentren entretenida pero que, después de algunas de las grandes demostraciones de los últimos años, pasará rápidamente al olvido. Está correctamente filmada, pero tiene guion chato que no logra despegarse de los lugares comunes. De cualquier manera, me dejará atento al futuro trabajo del director, sobre todo si se acerca a variantes dentro del género.

Elle

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Cuesta creer que Paul Verhoeven, el director de Robocop, Total Recall o Starship Troopers, sea capaz de ponerse atrás de la cámara de una película como Elle. Sin embargo, el holandés demuestra gran versatilidad al llevar a la pantalla grande la adaptación de la novela “Oh…”, del parisino Philippe Djian. Esto significa, sin duda, un importante relanzamiento de su carrera que, si tenemos suerte, traerá aparejadas más propuestas como estas.

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Elle llega a su estreno comercial después de cosechar más de cuarenta galardones en su circuito festivalero, además de su nominación a la palma de Oro de Cannes, y una nominación al Oscar por mejor actriz; premios que hablan por sí solos del gran valor de la película. Cabe destacar, además, que en “La Internacional Cinéfila” que todos los años organiza el crítico Roger Koza (en donde críticos, programadores, directores de festivales y cineastas de diversas naciones eligen cinco películas significativas), Elle fue la película que obtuvo más menciones.

Lo que hace única a esta cinta es una combinación de variables que rara vez conviven tan armónicamente: historia, tono e interpretación. Un relato vibrante y sorprendente, (no sólo por los giros inminentes de guion, sino también por la naturaleza de lo que se cuenta y por la monumental construcción del personaje principal), es la piedra basal del metraje, que se completa con un ambiente perverso, retorcido y siniestro, soportado por toda la fuerza dramática de una gran Isabelle Huppert, actriz a quien este tipo de papeles le sienta muy bien. Pienso, por ejemplo, en La pianiste, de Haneke, película que tiene algunos puntos de contacto con Elle.

La premisa básica de la cinta cambia conforme los minutos pasan, sin embargo, podríamos resumir que, en cuanto el relato comienza, escucharemos sobre el fundido negro inicial, sin imágenes de ninguno tipo, el lamento de Michèle, quién, descubriremos en el acto, será violada por un hombre con una máscara negra que ha irrumpido en su casa. Aquella primera secuencia, orgánica y cruda, disparará en Michèle una reacción inesperada: el desdén casi inmediato por lo que acaba de suceder. En las siguientes escenas introductorias, si bien se la notará afligida, la protagonista se encargará de restar importancia al ataque, como se grafica en el tráiler, en aquella escena en el restaurante en donde ella les cuenta a sus amigos sin demasiada introducción, que “cree” que ha sido violada, que no ha denunciado nada y que, al fin y al cabo, no es tan importante.

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Sin embargo, secretamente, Michèle observará a quienes le rodean, e intentará encontrar al culpable del ataque en busca de venganza, mientras, a la vez, sufrirá el acoso del violador que jugará con ella a con mensajes sugerentes en el teléfono y notas en su casa. Con un importante rol en una compañía de videojuegos, ella jamás dejará de ser la mujer independiente y fría que pretende ser, aun a pesar de que su vida haya sido terriblemente alterada.

Además de Michèle, de una complejidad psicológica intensa, aparecerán otros personajes secundarios importantes y no menos perversos, como su amiga, el esposo de su amiga, su hijo cuya infumable pareja está embarazada, sus vecinos y sus compañeros de trabajo. Con cada uno de ellos, ella tendrá algún conflicto que resolver o alguna tensión dramática que atender y, otro de los aciertos del film, es su capacidad por explotar estos caracteres y sacarles el máximo provecho posible, acordes al relato.

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Lo curioso será como, a medida que la cinta avance, el espectador tendrá el lugar para jugar también un papel importante en la historia a punto tal que, es imposible que la misma persona que empezó mirando la película sea la misma que la termine. El arco dramático de los personajes, será también trasladado a la participación moral/intelectual del espectador, lo que representa la saludable ambición de una obra que no se anda con medios tintes. El mismo director dijo en diversos medios, que un guion como este, hubiese sido muy difícil de llevar a la práctica en Hollywood.

Elle es, entonces, una película poco convencional, sumamente controversial, perversa y retorcida, con algunos pasajes de comedia negra y otros de gran dramatismo, con una carga sexual transversal a todo el relato, que vale la pena ser vista no sólo por el excelso trabajo de Isabelle Huppert, sino también porque logra reflejar con nitidez el complejo entramado de fuerzas que pueden regir una vida.

The handmaiden

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El hecho de que The handmaiden sea la nueva película de Chan-wook Park, director de la enorme trilogía de la venganza (Oldboy, Sympathy for Mr. Vengeance y Lady Vengeance), debería ser razón suficiente para acercarse a la cinta. Más aun, cuando es una de las más logradas del surcoreano.

La doncella, o “Mademoiselle”, es una historia de amor, locura, perversión, violencia y oscuridad. Rozando por momentos lo fantástico, el director nos llevará por el vertiginoso camino de una propuesta que mutará reiteradas veces de género y forma.

En una Corea de los años 30, invadida por Japón, una joven huérfana que forma parte de un grupo de falsificadores y criminales menores, Sook-Hee (Kim Tae-Ri), recibe el ofrecimiento de un estafador conocido en el pueblo, para trabajar como criada de Hideko (Kim Min-Hie), una refinada y rica japonesa, que vive recluida en la enorme mansión de su tío Kouzuki (Cho Jin-woong). Hideko es poseedora de una gran fortuna, y no tiene descendientes directos, por lo cual el estafador ha creado como su alter ego al conde Fujiwara (Ha Jung-woo), con el cual intentará enamorar a la mujer, casarse con ella y quedarse con su dinero. Para esto que solicitará la ayuda de Sook-Hee, quien se convertirá en la “criada” de Hideko, y funcionará como una infiltrada.

Sin embargo, la película cambiará muchas veces y nos sumergirá profundamente en la historia individual de cada personaje, todos ellos vibrantes y tridimensionales, y cada uno nos ofrecerá un punto de vista, un secreto, un móvil único y particular. Incluso la mansión se convertirá en uno de los protagonistas de la narración y, cuando parezca que la conocemos bien y que la hemos recorrido en profundidad, una nueva puerta nos llevará a un nuevo lugar o nos permitirá ver una habitación de un modo distinto.

Inspirado en la novela Fingersmith, de Sarah Waters, el guión adaptado es tan bueno, que bien podría servir de manual. Tiene un manejo del punto de vista orgánico y sorpresivo que lo notaremos conforme la narración crezca: nada es nunca lo que parece. Hay un despliegue estructural interesante de forma tal que el espectador verá no sólo una historia, sino tres o hasta cuatro, presentarse, desarrollarse y cerrarse  a lo largo de las dos horas de metraje, y la verosimilitud de los personajes, aún en los momentos más inverosímiles de la historia, será indiscutible.

Como todas las del surcoreano, The Handmaiden es una película cruda e intensa, con una tremenda potencia sexual, un extravagante despliegue visual y una sombra de perversión que ronda las imágenes de manera permanente. Todas las ideas plasmadas en la cinta son presentadas con fuerza y honestidad, sin medias tintas ni reparos de forma en las secuencias de sexo o en las de violencia.

La composición de tomas es muy variada, con algunos planos típicos de películas de terror infantil en donde la cámara, afuera de la mansión, se mueve entre las ventanas; otras de cámara fija y estética teatral en donde los actores se dispersan por la pantalla y el foco cambia conforme se vuelven relevantes para la escena, y hasta incluso hay secuencias cámara en mano, que nos revelan secretos y rincones de la mansión.

Cualquier cosa que se diga de “The handmaiden” no le hará honor y quedará chico ante la gran ambición de Park Chan-wook, quien crea un rompecabezas del cual es muy difícil hablar sin develar sorpresas. De lo mejor del 2016 y, además, una buena oportunidad para acercarse al cine surcoreano, para aquellos que aún no lo han hecho.