Si quisiéramos definirla en pocas palabras, podríamos decir que Lion es dos películas en una. Y en general, al caracterizar una cinta de esta forma, suele implicarse de manera natural, una suerte de quiebre entre las historias que, en el mejor de los casos, será justificado sobre el final o en el mensaje subyacente de la narración. En Lion la separación es tan concreta y material como su punto de contacto, que es el del propio protagonista de la historia y, sin embargo, por momentos las dos películas parecen no poder unirse en tono y potencial empático.
Basada en el libro autobiográfico A Long Way Home del verdadero protagonista, Saroo Brierley, la película contará dos historias en una.
Por un lado, tenemos el relato del pequeño Saroo, un niño seis años en una pequeña ciudad de India. Cuando conocemos a Saroo lo hacemos a través de su historia en las calles de India, buscándose la vida junto a su hermano Guddu. Ambos dos, de clase visiblemente baja, hacen lo posible para sobrevivir en una realidad en donde su humilde madre, apenas si puede proveerles el techo que necesitan. No mucho después, Guddu y Saroo emprenderán una salida nocturna a Calcuta con la idea de ganar algunas pocas rupias de más. El pequeño protagonista, cayendo del sueño, decide recostarse en uno de los bancos de la estación de tren, ni bien llegados al lugar, y Guddu promete que volverá a buscarlo. Pero eso nunca pasa, y cuando Saroo abre nuevamente sus ojos, se encuentra sólo en la estación y descubre que su hermano no ha regresado de su excursión. Desconcertado saldrá a buscarlo, con la mala suerte de caer en el vagón vacío de un tren que inmediatamente cierra sus puertas, comienza a andar y lo llevará a recorrer 1600 km hasta otra localidad de India, lugar desconocido para el niño, en donde, incluso, hablan otro idioma. Desde entonces, Saroo se dará por perdido, y su travesía como un niño de la calle, con las terribles injusticias que deberá sufrir y atestiguar, llenará la pantalla.
Por otro lado, y después de eso, la historia del adulto Saroo será puesta en escena. Dev Patel encarnará al protagonista en una versión mucho más occidental de la vida del niño, antes adoptado por una familia australiana (Nicole Kidman y David Wenham), y a estas alturas, completamente adaptado a esa vida, y mudado a Melbourne, listo para estudiar una carrera universitaria. Es entonces cuando lo borroso de sus orígenes y su identidad hace tambalear su presente, y Saroo decide emprender el arduo camino de rastrear sus raíces y encontrar a su madre y su hermano, 25 años después.
En este sentido, las bases sobre las cuales la película se funda es el impacto emocional de la historia. No hay sorpresas en un guion que es lineal porque, en principio, no son necesarias. El espectador encuentra suspenso en el relato, más por la necesidad de satisfacer su curiosidad respecto al desenlace de la travesía, que por recursos narrativos. Entonces, una vez puestas las cartas sobre la mesa y con una historia que de alguna manera sospechamos a donde nos va a llevar, será de suma importancia que los actores puedan entregar interpretaciones verosímiles, potentes, y vibrantes; especialmente porque ese es el requisito principal del metraje. Respecto a esto, Dev Patel da la impresión de no estar a la altura, y para decirlo me sirvo como ejemplo de la gigantesca Nicole Kidman —madre adoptiva de Saroo—, quien logar llenar cada cuadro en donde aparece, con la inmensa variedad de dimensiones que su personaje representa. Cada vez que Patel comparte escena con ella, —sobre todo las importantes a nivel narrativo en donde cierta información es revelada—, su interpretación parece ser más sólida que cuando está sólo o con Rooney Mara (Lucy, su novia). Éste factor será determinante, sobre todo en la última media hora de película.
Fotográficamente el film es homogéneo y acompaña la narración. Hay muchos planos generales y muchos planos generales cenitales “hitckcockeanos”, que aislarán por momento al personaje y nos transmitirán su soledad. Esto pasa mucho en la historia del pequeño Saroo.
En conclusión, Lion es una buena película para ver en familia, basada en una historia real (lo cual recrudece la fuerza del mensaje), una mirada occidental sobre la realidad de India (con todo lo que eso implica, respecto a los estereotipos que se insertan), visualmente muy cuidada, y movilizadora en cuanto a la reflexión sobre el mundo en el que vivimos.