Es cierto que, cada cierto tiempo, aparece en el mundillo del cine un título con los rumores de RAW: gente impresionable que se desmaya en las salas, críticos que se levantan y se van antes del final de la película (aunque esto es bastante común), cines que deciden entregar a los espectadores bolsas de papel madera cual avión que espera turbulencia. La verdad es que, la cinta de la realizadora francesa Julia Ducournau, persigue mucho más que el pálido efectismo que se le intenta –injustamente– adjudicar.
Escatológica e incómoda, la película relata la historia de Justine, hermana menor en una familia vegetariana y de clase media francesa. El guion está tan bien escrito, que no tardaremos en entender lo necesario: Justine está a punto de entrar en el primer día de clases de la carrera de veterinaria, carrera a la que su hermana mayor asiste y de la que, a su vez, su madre ha egresado. El mundillo de la universidad, incompresible y misterioso en sí mismo, irá develando, con sus prácticas surreales e iniciáticas, un reconocimiento de la protagonista respecto al mundo que la rodea, a la vez que significará el encuentro con su identidad. El relato acompañará a Justine en el arduo camino de la revelación y la aceptación de sus perversiones y deseos más secretos. En este sentido, no hay novedad en el tema (el adolescente en combate con su propio ser y la sociedad que lo abraza/rechaza según la circunstancia) pero sí en la forma que toma la alegoría: Justine pronto descubre que su apetito por la carne no se ciñe simplemente a la rebeldía de abandonar el vegetarianismo adoptado en el seno familiar, sino que se extiende a lo caníbal; a la carne humana.
En Raw todo es progresivo, nada se descubre de un momento a otro, sino que plantea un cuidado sistema de situaciones que el espectador irá aceptando y que, de la misma manera, lo predispondrán a aceptar las premisas que la historia necesita que se aprueben para no alejarse del marco de lo verosímil. Esta es una de las cosas que mejor hace la cinta: empujar al espectador a creer que eso que está mirando, tiene perfecta lógica y es sensato. En ningún momento pretende salir del campo del drama para saltar a géneros en donde lo sobrenatural sería más fácilmente aceptado, por el contrario, ensambla las piezas del rompecabezas de forma tal que la veracidad de lo que está sucediendo sea relevante.
En otros ámbitos, más allá del guion, la película es satisfactoria también. Con una fotografía cuidada y dedicada, entrega una buena composición de planos que, por momentos, hasta sostiene la tensión dramática de lo que hay en escena, y se anima también a jugar con los colores, algo que está muy en boga en el cine contemporáneo: mucha luz de neón combinando rojo azul y verde, según el estado emocional que atraviesen los personajes.
A su vez, las actuaciones hacen lo propio y están a la altura de la idea general que la película intenta establecer, sobre todo habría que notar a su protagonista, la joven Garance Marillier que, si bien su personaje se la pasa desorientado gran parte del film, cuando las cosas cambian, saca a relucir toda su capacidad actoral y se transforma junto con su personaje.
En pocas líneas, Raw es una película totalmente consiente de si misma, bien escrita, bien ejecutada y sin miedo a poner la cámara en lugares en donde otras preferirían no hacerlo, que transforma el drama de una adolescente, con algunas pinceladas de “horror”, en una poderosa alegoría a la definición de la identidad y las dificultades de su aceptación, contra un sistema social siempre preparado para alienarla.