Contratiempo, la última película que dirigió el español Oriol Paulo, es muy parecida a una Mamushka, la famosa muñeca rusa. Capa sobre capa, construye un thriller entretenido y de buen ritmo, repleta de giros de guion e inteligentes engaños. La pregunta es: ¿Alcanza todo esto para hacer una buena película?
Ni bien comienza, la cinta denota el aura de misterio que la caracterizará: una mujer (Ana Wagener) está subiendo por el ascensor de un edificio muy costoso, para encontrarse con un hombre que habita en el último piso. Este hombre (Mario Casas) es Adrián Doria, un prestigioso y adinerado empresario, a quien se lo acusa de cometer un crimen. La mujer (Virginia Goodman), es una reconocida abogada que llega allí para ayudar a Adrián a encontrar una versión de su testimonio capaz de convencer al jurado. De otra forma, Doria irá, inevitablemente, a la cárcel.
Así planteadas las cosas, el guion del film desplegará el relato de Adrián y las conjeturas de la abogada, flashback sobre flashback, poniendo al espectador en un permanente estado de alerta y extrema atención, ante la certeza de que la historia que es puesta ante sus ojos, no siempre será de fiar.
Como es de esperarse en cintas como ésta, el guion es el elemento del film que se necesita más sólido. Y en este caso, en una buena medida, lo es: se nota el exhaustivo trabajo de dar sentido y orden a las piezas del rompecabezas, los giros de guion son (en general) verosímiles y aparecen (gran parte de ellos, al menos) en los momentos en los que la historia los necesita. El punto negativo, sin embargo, es que, en el tramo final, cuando se acerque el clímax que resolverá el conflicto principal, el espectador estará tan acostumbrado a la cadencia del film, que el plot twist no será ninguna sorpresa y, no sólo eso, sino que, luego de algunas pistas inequívocas y discutiblemente explícitas, el público atento logrará predecir, sino el final a todo detalle, una buena parte de él. Es decir, en el fondo, Contratiempo parece no poder escapar a algunos de los vicios propios de su género, pero es el riesgo que asume desde el minuto uno y, del cual sale bastante bien parada.
En la interpretación del metraje y la forma en la cual los actores se despliegan por el escenario cinematográfico, aparece el segundo punto negativo. El problema es el de siempre: cuando el público percibe al actor y no al personaje, la ficción se vuelve inverosímil y el implícito pacto espectador-autor, se rompe. Esto pasa en Contratiempo, en ciertos momentos por responsabilidad de los propios actores, cuya dicción o forma de entregar algunos diálogos suena aparatosa y artificial, pero en muchos otros casos, sucede por culpa de las líneas que se ven obligados a decir, las cuales no representan la forma en la que las personas hablan en la vida real.
No obstante, visualmente, el film se muestra maduro, y los cortes entre escena y escena, acompañan el ritmo que el guion demanda. Si bien hay ciertos recursos técnicos que se usan más veces de las necesarias (slow motion, cámaras subjetivas, estética de publicidad), la película es disfrutable en su cinematografía y con una elección cromática acorde a la atmosfera homogénea que el relato persigue.
A modo de conclusión, es necesario notar que Contratiempo es una película víctima de sus excesos, tanto en la estructura narrativa de la historia, como en la búsqueda del énfasis y las líneas memorables, o los recursos visuales puestos en práctica para contar partes sensibles del relato. Esto no impide que el film sea entretenido y llevadero, aun cuando, una vez terminado, es probable que poco quede de él, en nuestra memoria.