De tanto en tanto Martin Scorsese, uno de los pocos directores que logró mantener —a fuerza de buen cine— su nombre en la vidriera de Hollywood por más de treinta años , entrega una película de estas características, que pueden entenderse como más personales y menos simbólicas en el sentido en el que el acceso a la fe y la pasión es explícitamente religioso. Lo hizo tanto en La última Tentación de Cristo, como en Hugo, su particular retrato sobre los últimos años de Georges Méliès en donde el cine es el objeto de su inquebrantable fe. Y si bien esta faceta religiosa aparece siempre de alguna manera en sus películas, a veces a través de sus personajes, a veces a través de la historia, es en películas como Silence en donde el pacto simbólico entre espectador y relato, de alguna manera se quiebra, haciendo necesaria una cierta postura, o un cierto implícito entendimiento para con el tema de la cinta, de forma tal que habilite al receptor a decodificar aquel particular lenguaje propuesto para así lograr hablar el mismo idioma que la película y poder, de esta manera, sostener la verosimilitud de la narración y el ritmo de las secuencias. Este quiebre es el que, definitivamente, dejará a una parte del público afuera de lo que se cuenta.
Silence, basada en la novela homónima de Shusaku Endo, está situada en el siglo XVII, y nos relata el viaje de dos jesuitas portugueses (Rodrigues, interpretado por Andrew Garfield y Garupe por Adam Drive) hacia el antiguo y hermético Japón, de costumbres por entonces vírgenes y secretas, en búsqueda de su maestro, el padre Ferreira (Liam Neeson), de quien hace rato no se tienen noticias y, se rumorea, ha apostatado, abandonando la misión de su orden de propagar el catolicismo, para adoptar la fe japonesa. En el camino, serán testigos de las atrocidades que los japoneses cometen en su lucha sin tregua porque la religión no se esparza por el país y contamine sus propias creencias, hábitos y costumbres.
En una cinta como esta, con un código de ingreso tan escrito como ya comenté, una de las primeras cosas en las que el relato debe descansar, no por obligación sino por necesidad, es en las interpretaciones, las cuales, lamentablemente, no están a la altura. Los dos protagonistas son buenos actores que, sin embargo, no tienen la presencia y la solvencia en pantalla que la película pide, sobre todo Andrew Garfield que entrega algunos diálogos de supuesta importancia dialéctica y de sustancia filosófica que, sin embargo, no se condicen con el poder de los recursos que despliega en escena. Su actuación parece haber estado en un registro distinto al del personaje y eso se nota en todo lo que el hombre dice y hace. Hay que recordar que, al fin y al cabo, él será quien ponga a prueba su fe en aquella travesía. Si a eso sumamos el gran número de actores secundarios japoneses con niveles dramáticos totalmente dispares (algunos sorprendentemente bajos), que atraviesa el metraje, la narración no fluye con facilidad y se convierte más bien en un relato espeso e insondable. (Sin comentarios ante la cantidad de japoneses capaces de hablar y entender inglés que los protagonistas cruzan).
Esta combinación trabajosa de factores es parcialmente iluminada por Liam Neeson, el único que parece traer un poco de sentido común al relato, tanto desde su personaje como desde la interpretación, lo cual revela también una falta criterio a la hora de cortar la cinta. Y es que el primero diálogo del padre Ferreira con Rodrigues, una escena bien construida y bien filmada, llega, a mi gusto, cuando ya es demasiado tarde.
Otro de los grandes síntomas de los cuales la película adolece es el de caer en el siempre evitable dogmatismo. Es que Silence no es susceptible a una variedad de lecturas, cosa que el director deja en claro en la escena final, cuando decide romper con el suspenso de un interesante juego que había construido entre el fuera de campo y la imaginación del espectador. Este tipo de decisiones, en un director con tanto manejo del lenguaje cinematográfico como Scorsese, no puede interpretarse como un detalle aleatorio librado al azar, sino que más bien debe entenderse como un claro posicionamiento ideológico.
Aún a pesar de tener un ambicioso e interesante despliegue visual, cosa a la cual el director nos tiene acostumbrados, Silence no escapa de los lugares comunes ni de los males recurrentes en las historias de este tipo. Aun a pesar de esto, merece ser vista porque, en el peor de los casos, abre un buen debate. Lo que no deberíamos hacer, es permitir que una película menor narrativamente, pase por obra de gran importancia.