Get Out [2017]

Los últimos años han sido saludables para el género de terror. La aparición de películas importantes, que buscaron reescribir la idea mainstream del género y, en el proceso, reeducar a un tipo de espectador demasiado acostumbrado a cintas de fantasmas, cargadas de jump scares, ha sido la clave. Ofreciendo, en su lugar, atmosferas terroríficas y de suspenso extremo, en lugar de sustos baratos a base de portazos o cacerolas que caen al suelo en cocinas oscuras, esta nueva ola de terror, permitió también que sus realizadores usen un tipo de film que solía ser terreno exclusivo del entretenimiento, para deslizar algún mensaje o crítica subyacente. Como ejemplos representativos podríamos nombrar The VVitch, It Follows y The Babadok, tres películas clasificadas como “de terror“, que proponen extender su alcance más allá del final, y despertar algún tipo de reflexión respecto a los temas que tratan.

Get out, la nueva película del actor y director Jordan Peele, viene a ocupar un buen lugar en esta reciente oleada de films de terror.

Con la forma de una irónica —pero muy potente— crítica a la violenta discriminación racial contemporánea, la película relatará la historia de Chris (Daniel Kaluuya), un fotógrafo afroamericano en pareja con una mujer caucásica, quién debe afrontar el siempre complicado desafío de viajar para conocer a sus suegros que viven en las afueras de la ciudad. Ellos también son caucásicos, y ésta es una de las mayores preocupaciones de Chris, ni bien la película comienza.

El film tiene grandes virtudes y un gran mal, pero empecemos por lo positivo.

Cuando hablamos de cintas de género como ésta, para que funcione, es fundamental que se mueva dentro de las reglas de ese género, lo que implica: un cierto ambiente, determinados resultados dramáticos disparados por los giros de guion, un protagonista con características más o menos específicas, etc. Como Jordan Peele es, en este caso, escritor y a la vez director, se percibe el control total del autor en cuanto a la creación del ambiente opresivo y tenebroso que el terror exige, pero, además, le permite explotar con mucha precisión otros géneros dentro del mismo relato, lo cual termina por dar a Get Out una fuerte personalidad. Es en este sentido que la cinta es novedosa: es muchas películas en una.

Mientras el espectador podrá disfrutar de una primera hora de puro suspenso hitchcockeano (hay mucha referencia a este cine, en especial respecto a composición de planos y música), también será sorprendido con buenas dosis de humor en momentos en donde no parecía posible (gran detalle que rompe la ortodoxia del terror y da versatilidad a la historia), para tener unos cuarenta minutos finales en donde la película se reinventa y se transforma en algo diferente (que obviaré decir para no develar parte importante de la trama).

En el cine, el último bastión de defensa para que toda narración funcione como se espera, es la interpretación de los actores y, en este caso, no decepcionan. Daniel Kaluuya, el protagonista, aporta verosimilitud y realismo encarnando el símbolo del oprimido, en un sistema de obscena discriminación racial, mientras que sus suegros (Catherine Keener y Bradley Whitford) hacen lo propio representando toda la fuerza —a veces sutil, otras veces material—, del opresor. La más irregular de la historia es, sin dudas, Allison Williams, quien interpreta a Rose, la novia de Chris y que, por momentos, parece forzar demasiado las impresiones que necesita obtener del público.

El punto que encuentro negativo en Get Out, es la resolución de su conflicto principal, en la cual se esboza una respuesta para la cual el espectador no ha sido debidamente preparado. Esto termina por parecer abrupto en lugar de sorpresivo. El momento en donde Chris encuentra una explicación, no es lo eficaz que el resto de la película había –muy prolijamente—sido, y se siente como un lugar común. Un tropiezo a los vicios del mainstream, si se quiere.

Sin embargo, no debe ser esta razón suficiente para dejar de ver una película con intenciones tan interesantes, que trata la materia de la discriminación hacia el afroamericano de una manera tan inteligente, entretenida y novedosa.

Moonlight

Quizás la película más comentada y esperada del año, la última de Barry Jenkins arrasó en todos los circuitos críticos cinéfilos del mundo. Hasta hora, ha cosechado 186 galardones en los más diversos festivales y sistemas de premiación de la industria del cine —principalmente independientes—, finalizando en estos primeros meses del 2017 con el Globo de Oro y el codiciado Oscar a mejor a película.

Luz de luna (como fue llamada en español) cuenta la historia de Chiron, un joven afroamericano que crece en un complicado barrio de Miami, dividida en tres capítulos: Little (Alex R. Hibbert), Chiron (Ashton Sanders) y Black (Trevante Rhodes), que se corresponden con niñez, adolescencia y adultez. En este recorrido de dos horas, seremos testigos de cómo Chiron construye su identidad, su sexualidad y su carácter, pero también de como los diferentes factores que lo rodean influyen sobre él: su madre, sus amigos, sus protectores.

En la secuencia de apertura de la película conoceremos a Juan (Mahershala Ali), un vendedor de droga local que encuentra a Little escapando de un grupo de niños. Son ellos dos y su particular relación casi de padre hijo, quienes entregarán algunas de las escenas más poderosas del film: por ejemplo aquella, de gran simbolismo que aparece en el tráiler, en donde Juan toma a Little en sus brazos e intenta hacer que el niño pierda el miedo al mar (no es difícil entender que aquel será un momento bisagra en la vid a de Little, quien aprenderá por primera vez a confiar en alguien) o aquella, unos segundos después, en donde Juan descubre a Little cual es la inevitable belleza de ser afroamericano, utilizando una anécdota que funciona, a la vez, como una revelación al espectador del porqué en el nombre de la película.

Moonlight es una cinta transparente en el sentido en que sus virtudes son tan claras como algunas de sus falencias. El mayor de sus estandartes es el de haber irrumpido de forma tan escandalosa en una industria comercial que generalmente se cierra en sí misma, siendo una cinta independiente con un presupuesto tan bajo. Haber ganado el galardón más importante que Hollywood entrega, en estas condiciones, significa sin dudas una advertencia sobre un potencial cambio de paradigma: no hace falta un gran presupuesto para seducir a los críticos ni alcanzar al gran público. Este mensaje ha resonado en los pasillos de las grandes productoras en el mismo momento en el que el film le quitó —con tanto estruendo— el Oscar a La La Land.

Técnica y estéticamente la película demuestra gran personalidad al manejar un concepto en cuanto a composición y a color de imagen. Hay una idea a transmitir a través de los cuadros. Se juega con esto, con la cámara subjetiva y con primeros planos en los muchos silencios que el metraje presenta. Pocas son explicitadas y el relato busca de manera permanente una comunión con el fuera de campo, con lo que no se dice pero se presiente. Esta intención de la elipsis y el fuera de campo tiene, sin embargo, momentos que claramente no llegan a madurar en el ojo del espectador, de los cuales es difícil hablar sin adelantar parte de la trama, pero bastará con decir que el público puede llegar a sentir algún que otro movimiento narrativo un tanto brusco o no tan fácil de asimilar en primera instancia.

Algo más a notar es el gran trabajo desde lo interpretativo y, claramente, desde la dirección de los actores. La elipsis temporal es siempre sutil y Chiron no parece ser representado por tres diferentes actores. Hay un tono en Chiron, una especie de pesada carga traducida en lo gesticular, que aparece sin fisuras en los tres actores.

Aun a pesar de sus grandes fortalezas, Moonlight posee, a lo largo del arco narrativo, algunas tramas recurrentes, ya transitadas por cintas del mismo tipo, (especialmente en el segundo acto), lo cual la hace tropezar en ciertos pasajes previsibles en donde la posibilidad de suspenso o sorpresa se anula. No cancela esto la tremenda fuerza que la película tiene y su increíble capacidad por tocar el nervio del espectador.

Hay que verla porque es una película vigorosa nacida en el costado más independiente de una industria millonaria, sobre como un niño indefenso y solitario en un complejo y hostil mundo, construye el largo camino del encuentro y la aceptación hacia sí mismo.

 

Fences

Cuando el famoso dramaturgo estadounidense August Wilson muere en 2005, su deseo de que un afroamericano llevara al cine la obra de teatro que tantas satisfacciones le había dado, parecía aún lejano. Once años después, Denzel Washington se hace responsable del encargo, convirtiendo Fences, basada en la obra homónima, en su tercera película como director.

En términos más bien estrictos, la historia gira exclusivamente alrededor de Troy Maxson (Denzel Washington), quién trabaja como recolector de basura en Pittsburg, después de ver frustrada sus posibilidades como jugador profesional de beisbol. En un sentido más amplio, Fences se extiende a su mujer Rose (interpretada por la fantástica Viola Davis), al complejo entramado familiar que incluye a su hermano Gabe (Mykelti Williamson), sus hijos Cory y Lyons, y su mejor amigo Jim Bono (Stephen Henderson).  Todos ellos, circulando en torno a la omnipresente y ruidosa figura de Troy, terminan por conformar el retrato de una familia afroamericana en la Norteamérica de la década del 50.

Ya desde la primera secuencia que abre el film, entenderemos que Fences no es la simple puesta en pantalla de una obra de teatro como bien podría suponerse, sino que, por el contrario, es una trabajada traducción de la obra, con la obligada reescritura de algunas de sus escenas al lenguaje cinematográfico, cosa que en algunas películas de este tipo, suele ser lamentablemente obviada. Es decir, si bien hay una inevitable atmósfera teatral, con grandes monólogos y personajes que hablan casi siempre sin interrumpirse y por turnos, con largas y significativas oraciones de dicción cuasi poética, el metraje trabaja también el espacio audiovisual junto con una efectiva y precisa composición de planos. No hay una aleatoriedad en los cuadros, y se nota que cada composición refleja una decisión no sólo estética, sino también discursiva. Un claro ejemplo de esto es la forma en la cual la relación entre Troy y su hijo Cory es reflejada: pocas veces están los dos juntos en cuadro, pero cuando lo están, el ángulo de la cámara nunca se mantiene neutral, y acompaña continuamente la tensión del diálogo reforzando su potencia emocional. Es así como, cuando Cory decide por primera vez enfrentar a su padre, también por primera vez su figura se verá agigantada respecto a la de Troy, que quedará por un momento agazapado a un costado de la escena.

Detalles como éste son constantes en la película, y permitirán que suceda algo interesante y necesario en cualquier cinta: conforme el relato se desarrolle, será cada vez más difícil desprenderse de la historia. Todos y cada uno de los conflictos desplegados por los personajes secundarios, nacen a partir de Troy y crecen a través de él. En este sentido la labor de Denzel Washington es muy importante, ya que logra el registro adecuado para que su personaje genere algún que otro momento de empatía, en medio del desprecio general que por él se siente. Poco se puede agregar de Viola Davis quién, ya acostumbrada a trabajar en obras de Wilson, carga la pantalla con gran solvencia dramática. Hay que decir, entonces, que esta es una película sostenida por la interpretación más que por otros factores.

Es importante notar que éste no es un film de silencios. De hecho, la primera media hora de Troy hablando sin parar con la exagerada grandilocuencia con la cual se presenta al mundo, puede ser apabullante para el tipo de público menos acostumbrado a la forma del teatro. Luego de esa primera mitad de hora que representa una gran y completa introducción, la película encontrará un pequeño descanso en el momentáneo punto de vista de Rose en la primera vez que quede sola en pantalla.

 

En resumen, Fences es una película muy interesante, con un soberbio guion, interpretaciones a la altura, y una adaptación al cine no sólo de la obra de teatro sino de la forma, con un correcto manejo del lenguaje cinematográfico, secuencias elegantes y de gran potencia visual, sumado a una historia emocionante, que atrapa y moviliza. Definitivamente, vale la pena verla.

Elle

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Cuesta creer que Paul Verhoeven, el director de Robocop, Total Recall o Starship Troopers, sea capaz de ponerse atrás de la cámara de una película como Elle. Sin embargo, el holandés demuestra gran versatilidad al llevar a la pantalla grande la adaptación de la novela “Oh…”, del parisino Philippe Djian. Esto significa, sin duda, un importante relanzamiento de su carrera que, si tenemos suerte, traerá aparejadas más propuestas como estas.

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Elle llega a su estreno comercial después de cosechar más de cuarenta galardones en su circuito festivalero, además de su nominación a la palma de Oro de Cannes, y una nominación al Oscar por mejor actriz; premios que hablan por sí solos del gran valor de la película. Cabe destacar, además, que en “La Internacional Cinéfila” que todos los años organiza el crítico Roger Koza (en donde críticos, programadores, directores de festivales y cineastas de diversas naciones eligen cinco películas significativas), Elle fue la película que obtuvo más menciones.

Lo que hace única a esta cinta es una combinación de variables que rara vez conviven tan armónicamente: historia, tono e interpretación. Un relato vibrante y sorprendente, (no sólo por los giros inminentes de guion, sino también por la naturaleza de lo que se cuenta y por la monumental construcción del personaje principal), es la piedra basal del metraje, que se completa con un ambiente perverso, retorcido y siniestro, soportado por toda la fuerza dramática de una gran Isabelle Huppert, actriz a quien este tipo de papeles le sienta muy bien. Pienso, por ejemplo, en La pianiste, de Haneke, película que tiene algunos puntos de contacto con Elle.

La premisa básica de la cinta cambia conforme los minutos pasan, sin embargo, podríamos resumir que, en cuanto el relato comienza, escucharemos sobre el fundido negro inicial, sin imágenes de ninguno tipo, el lamento de Michèle, quién, descubriremos en el acto, será violada por un hombre con una máscara negra que ha irrumpido en su casa. Aquella primera secuencia, orgánica y cruda, disparará en Michèle una reacción inesperada: el desdén casi inmediato por lo que acaba de suceder. En las siguientes escenas introductorias, si bien se la notará afligida, la protagonista se encargará de restar importancia al ataque, como se grafica en el tráiler, en aquella escena en el restaurante en donde ella les cuenta a sus amigos sin demasiada introducción, que “cree” que ha sido violada, que no ha denunciado nada y que, al fin y al cabo, no es tan importante.

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Sin embargo, secretamente, Michèle observará a quienes le rodean, e intentará encontrar al culpable del ataque en busca de venganza, mientras, a la vez, sufrirá el acoso del violador que jugará con ella a con mensajes sugerentes en el teléfono y notas en su casa. Con un importante rol en una compañía de videojuegos, ella jamás dejará de ser la mujer independiente y fría que pretende ser, aun a pesar de que su vida haya sido terriblemente alterada.

Además de Michèle, de una complejidad psicológica intensa, aparecerán otros personajes secundarios importantes y no menos perversos, como su amiga, el esposo de su amiga, su hijo cuya infumable pareja está embarazada, sus vecinos y sus compañeros de trabajo. Con cada uno de ellos, ella tendrá algún conflicto que resolver o alguna tensión dramática que atender y, otro de los aciertos del film, es su capacidad por explotar estos caracteres y sacarles el máximo provecho posible, acordes al relato.

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Lo curioso será como, a medida que la cinta avance, el espectador tendrá el lugar para jugar también un papel importante en la historia a punto tal que, es imposible que la misma persona que empezó mirando la película sea la misma que la termine. El arco dramático de los personajes, será también trasladado a la participación moral/intelectual del espectador, lo que representa la saludable ambición de una obra que no se anda con medios tintes. El mismo director dijo en diversos medios, que un guion como este, hubiese sido muy difícil de llevar a la práctica en Hollywood.

Elle es, entonces, una película poco convencional, sumamente controversial, perversa y retorcida, con algunos pasajes de comedia negra y otros de gran dramatismo, con una carga sexual transversal a todo el relato, que vale la pena ser vista no sólo por el excelso trabajo de Isabelle Huppert, sino también porque logra reflejar con nitidez el complejo entramado de fuerzas que pueden regir una vida.